Paseo Pajarero 10 de marzo de 2013

544286_434917203259117_539473048_nComenzamos nuestro primer paseo pajarero por la ribera del Ebro en el salto de la minicentral, pasado el puente de piedra, en el Paseo de la Florida, dando la bienvenida a los asistentes más madrugadores y presentando la actividad y al poeta, José Ignacio Foronda, y dejando en el aire nuestro deseo de que una vez finalizado algo nuevo haya nacido en nosotros. Conocemos un dato sorprendente que nos ofrece Foronda: nuestros vecinos europeos son grandes aficionados a la observación de aves, hasta el punto de que en Gran Bretaña, la más numerosa organización no gubernamental está dedicada a esta actividad.

Once adultos, dos niños, un bebé y un perrito comenzamos el paseo pajarero. Ya en el punto de partida nos enfrentamos a la primera adversidad: el caudal crecido del Ebro inunda el salto y las piedras donde habitualmente pescan garcetas, garzas, y cigüeñas… por lo que no vemos ninguna. Pero el día es claro y soleado y al poco, en la isla que se forma en el Ebro, observamos cormoranes y cigüeñas.

A lo largo del recorrido, nuevos participantes se nos unen, y también nos dejan otros a los que requieren otros compromisos.
J.I. Foronda va ilustrando el paseo con datos, curiosidades y anécdotas sobre los pájaros y aves que nos salen al camino: La primera de ellas es que el idioma españolar presenta una dualidad curiosa: diferencia entre aves y pájaros, cosa que no hacen otros idiomas. La diferencia entre pájaros y aves, nos cuenta Foronda, es que los primeros cantan y los segundos no.
Avanzando en el paseo vamos teniendo conocimiento del comportamiento lujurioso de los gorriones; del carácter esquivo del ruiseñor bastardo; del simbolismo cristiano de la cigüeña; de la fidelidad de las tórtolas y presencia de la tórtola viuda en la poesía del romancero; de que la urraca siente una irresistible atracción por todo lo que brilla y de que en distintas lenguas se le ponga nombre de mujer; de las preferencias de posado de las diferentes especies (suelo, ramas o copas de árboles, postes eléctricos…); las claves para distinguir golondrinas, aviones y vencejos; el canto del verdecillo, omnipresente en todo el entorno urbano desde finales de febrero hasta bien entrada la primavera; la relación de los pueblo antiguos, como los persas y árabes, con el canto de los pájaros pues decían que cantaban en el idioma de dios; el bimorfismo sexual del mirlo y lo atractivo que su canto ha resultado para muchos poetas y el extraño caso de necrofilia homosexual del ánade real que dio lugar a un estudio etológico… y a un premio Ignobel de ornitología. En fin, muchas e interesantes hazañas pajareras que se nos iban dando en la hermosa mañana dominguera.

Algunas aves que esperábamos ver no salieron a nuestro encuentro, pero como dijo J.I. Foronda, nuestro poeta, la mañana quedó salvada por el encuentro imprevisto de un mito (Aegithalo caudatus), un pequeño pájaro que revoloteó entre las ramas de un árbol ante nuestra mirada sorprendida.

Los poemas, como las aves y pájaros, también fueron apareciendo: en el pino solitario y cerca del caqui, Foronda nos habló de la colección de la editoria Pre-textos llamada “El pájaro solitario” y del libro de Neruda titulado Arte de pájaros, y nos leyó un poema de Leopoldo Lugones sobre el jilguero y dos poemas suyos, sobre dos pájaros que en ese momento estaban cantando cerca: el ruiseñor bastardo y la verdecilla.
Uno de los participantes en nuestro paseo, Jorge, nos regaló un poema dedicado al río Ebro que había escrito unos días antes.
También en el punto final de nuestro recorrido, en la desembocadura del Iregua, hubo poemas, aunque tampoco aquí, como al inicio, tuvimos suerte y los pájaros no acudieron a nuestro encuentro; los únicos que vimos estaban dibujados en hojas de papel. El Iregua bajaba torrencial en su desembocadura y no pudimos ver las lavanderas, ni las garzas. Por otra parte, contábamos con que igual pasaba volando con su rayo azul el Martín pescador, pero no fue así. El telescopio con trípode que instalamos no pudo captar ni el vuelo ni el posado de avecilla alguna. Aquí, reunidos alrededor de los papeles, pudimos comprobar la cantidad de nombres vernáculos distintos que tiene la lavandera, la mayoría de ellos relacionados con el frío y la nieve, pero también con los humanos y la agricultura. Leyó Foronda un poema de Ted Hughes sobre el no visto destello azul del Martín Pescador, y otro de R. W. Emerson, uno de los padres de la filosofía americana, amigo de H. D, Thoreau, en el que nos señala con sus versos que todas las cosas nos cuentan su historia: prestémosles atención.

Nos despedimos con una última mirada a la desembocadura del Iregua: aquí y allá, plásticos que ha arrastrado la última crecida cuelgan de matas y arbustos, donde nunca debieran estar, dejándonos prendida en el alma una nota de tristeza. Los niños miran los plásticos y siguen con sus juegos apropiándose, como nosotros lo hemos hecho esta mañana, del tiempo.
Volveremos a encontrarnos en otro paseo pajarero.

Marina Rodriguez
Coportavoz equo-Verdes de La Rioja

POEMAS LEIDOS DURANTE EL PASEO

CUERPO A TU CANTO

Escondido en las ramas,
esperabas mi paso
y a mi espalda lanzabas
tu explosivo reclamo:

un puit, una pequeña pausa,
y un piciuit, ciuit, ciuit metálico
que se desvanecía en nada
cuando enfocaba mis prismáticos.

Es verdad que sentí muchas mañanas
que te estabas burlando
de mí, mas no bajé la guardia

y ahora puedo poner cuerpo a tu canto
y escribir con orgullo en esta página
que sé tu nombre: ruiseñor bastardo.

José I. Foronda, Jaulas, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza. 2004.

VERDECILLA AL ALBA

La ciudad se despierta:
ruido, tráfico, prisas,
ajetreo de sombras
que van a la oficina.

Al pasar por la plaza
escucho el canto de la verdecilla
que en la percha de un plátano,
con trino efervescente y optimista,

levanta su canción
y al día da la bienvenida.
Junto a mí en el semáforo
una mujer la mira.

—Cómo canta —le digo.
—Parece una polea que chirría
—la mujer me contesta.
Y aunque no hay en su símil poesía

yo celebro la magia
del canto de esa verdecilla
que invita a hablar a dos extraños
cuando despunta el día.

José I. Foronda, Jaulas, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza. 2004.

MARTÍN PESCADOR

El martín pescador está posado. Está estudiando.

Ha escapado del opio del joyero,
ahora radiografía la caída del río,
esa maraña de tinieblas.

Ahora desaparece, se convierte en vibraciones.
De pronto es un cable eléctrico, se templa de un golpe,
ataca en medio de un destello azul.

Te ha dejado su aguja enterrada en el oído.

Los robles patosos se arrodillan, se inclinan
con sus reflejos a cuestas,
y buscan piedras sumergidas. El martín pescador
atraviesa el espejo, con el pico lleno de lingotes,

y se aleja. Corta la única línea recta
del río luminoso y enmarañado
con un diamante.

Te deja una astilla de arco iris clavada en el ojo.
Gracias a él, Dios zumba bajo el sol
y divisa al pescador.

Gracias a él, Dios
se casa con un abismo
de lodo con olor a pescado.
¡Pero míralo!
¡Ya se ha ido otra vez!
Es una chispa, un zafiro refractado
desde fuera del agua,
hace temblar la espina dorsal del río.

Ted Hughes, Poemas de animales, Mondadori, Madrid, 1999, traducción de Javier Calvo. pp. 53-4

EL JILGUERO

En la llama del verano,
que ondula con los trigales.
Sus regocijos triunfales
Canta el jilguerillo ufano.

Canta, y al son peregrino
De su garganta amarilla,
Trigo nuevo de la trilla
Tritura el vidrio del trino.

Y con repentino vuelo
Que lo arrebata, canoro,
Como una pavesa de oro
Cruza la gloria del cielo.

Leopoldo Lugones, Alas, Valencia, Pre-textos, 2001, p. 44.

A QUIEN QUIERA ESCUCHAR

Todas las cosas infatigablemente
sueñan con escribir su propia historia
sigue la sombra al guijarro y al planeta
la roca desprendida garabatea en la montaña
el río deja su cauce en la tierra
el animal sus huesos el helecho y el pez
su modesto epitafio en el carbón
la gota que cae
esculpe en la arena y en la piedra
ni el más leve pie
posa sobre las losas del camino
sin que quede constancia de su paso
toda acción del hombre
mancha de nuevo un papel nunca en blanco
el aire está lleno de voces que nos llaman
el cielo de señales que miramos sin ver
todo en la tierra
es memoria que quiere ser palabra
no hay ceniza en el viento
caminante en la noche
fugaz estela bajo la solitaria luz
moneda sin valor árbol sin hojas
que no cuente una historia
a quien sepa mirar
a quien quiera escuchar

R. W. Emerson
(en García Martin, Fuego amigo, Gijón, Llibros del pexe, 2000.)

Al río Ebro

¡Te oigo río!
Sigue gritando, que mientras grites
Zigzaguea la carpa; anida el mirlo
y la ribera estalla en los arribes
y la vida, apenas con decirlo,
alborota el alma y los sentidos.
¿Qué tiene el río, que no vuelve la mirada atrás,
y sin embargo esclaviza la nuestra para largo
y en su profundidad se pierde?
Y mientras grite, vivirá la huerta;
Y mientras hable, hablará la garza,
Y se irán las penas, y caerán las hojas
Y se irá la muerte;
Y vendrá la vida, y tendré la suerte
de llegar al río, y volver a verte.
Sigue gritando río,
Que mientras te oigamos todos
Llenarás de vida a este buen amigo.

Jorge, participante de nuestro paseo pajarero